En este post aprenderás a contestar a la difícil pregunta de tu abuelo… ¿y tú qué haces en el trabajo, cariño?
El cultivo celular es algo así como tener un jardín muy especial, pero en lugar de plantas, cultivamos células vivas. Las cuidamos, alimentamos y observamos cómo crecen… todo esto dentro de frascos pequeños o placas, en condiciones muy controladas.
En cultivo celular se trabaja con células animales (sobre todo de humanos y ratón, pero también de insectos, de mono, de perro). Y pueden provenir de tumores, de órganos, ser células madre… Y dependiendo del tipo de cultivo, podemos estudiar cómo se comportan, cómo reaccionan ante tratamientos o cómo se comunican entre sí.
Hasta aquí la respuesta rápida a la pregunta… ¿y tú a qué te dedicas, cariño?
Pero, ojo, a veces esta pregunta viene seguida de la siguiente… ¿y todo eso cómo se hace? Si te gustaría explicarlo en detalle, pídele a tu acompañante que se ponga cómodo y sigue leyendo. Puedes explicar el cultivo más frecuente, el de células de mamífero (incluyendo el ser humano).

1. Descongelar las células (¡el despertar!)
De forma similar a las semillas que guardamos en sobres para utilizarlas más adelante, las células son congeladas para mantenerlas, por mucho tiempo, profundamente dormidas.
Cuando tenemos semillas de plantas valiosas que queremos que germinen, no arrojamos las semillas al suelo helado ni las dejamos a la intemperie: las colocamos con delicadeza entre papel húmedo, tibio, suave… para que empiecen a despertar poco a poco.
En el laboratorio, hacemos algo muy parecido. Las células vienen en viales congelados a –196 °C, en nitrógeno líquido, y debemos descongelarlas con cuidado extremo. Las sumergimos brevemente en un baño maría a 37 °C, temperatura que imita la del cuerpo humano. Después, se mezclan poco a poco con un medio tibio que las “rehidrata” y les da nutrientes.
Como con las plantas, este primer paso es clave: unas buenas condiciones de descongelación aseguran que las células estén sanas y listas para iniciar el cultivo.
2. Sembrar las células (inicio del cultivo)
Para sembrar nuestras plantas preparamos las condiciones adecuadas. Elegimos la maceta del tamaño adecuado, el sustrato con todos los nutrientes necesarios y humedecemos la tierra sin llegar a encharcarla. Lo mismo pasa con las células creciendo in vitro.
Una vez descongeladas, colocamos las células en placas o frascos con un medio de cultivo que actúa como su alimento: contiene azúcares, aminoácidos, vitaminas, sales y todos los nutrientes necesarios. Este medio tiene todo lo que necesitan para empezar a crecer, como una tierra fértil y bien preparada.
Este paso marca el inicio real del cultivo: si sembramos bien, las células sobrevivirán y comenzarán a dividirse.
3. Incubar (crear el entorno ideal)
Para que la cosecha sea próspera, el agricultor siempre está pendiente de la meteorología o utiliza un invernadero para controlar la luz, la temperatura o la humedad: sabe que, sin un entorno adecuado, la planta no crece. En el cultivo celular ocurre igual, pero las células son extremadamente sensibles a las condiciones.
Después de sembrar las células, las colocamos en un incubador que mantiene una temperatura constante de 37 °C, humedad controlada y niveles adecuados de CO₂. Este entorno recrea el interior del cuerpo humano, su entorno natural. Si la temperatura varía o el agua del incubador se agota, las células sufren, como una planta expuesta a una helada o una sequía repentina.
La incubación no es pasiva: es un cuidado constante. Cada día verificamos que todo sigue en orden.
4. Monitorizar el crecimiento (vigilar el brote)
Después de sembrar y cuidar las condiciones, toca observar. En el huerto, eso significa ver si brotan los tallos, si crecen las hojas, si aparecen plagas. En el laboratorio, tomamos el microscopio y nos asomamos al mundo celular.
Monitoreamos si las células se han adherido bien, si están proliferando, si tienen la forma esperada. Las observamos como quien sigue el crecimiento de sus plantas, día a día. Cuando ya están crecidas y, si son de las que se pegan al frasco, ocupan casi toda la superficie disponible para el cultivo, llega el momento de tomar decisiones: ¿seguimos creciendo en el mismo sitio? ¿subcultivamos para evitar que se saturen?
Este paso es vital: si dejamos que se acumulen, las células dejan de crecer, empiezan a competir por recursos y algunas mueren. Es como dejar un huerto sin cuidar: puede volverse salvaje, desequilibrado y poco productivo.
5. Subcultivar (trasplante celular)
Después de sembrar y germinar, muchas veces crecen demasiadas plantas en un mismo semillero, por lo que toca trasplantar. Al separarlas en varias macetas les damos más espacio, más sustrato y aire fresco. Lo mismo hacemos con las células: cuando están muy confluentes, las “despegamos” del frasco, las contamos y las repartimos en nuevos recipientes.
Utilizamos tripsina (un reactivo muy útil) para separar las células unas de otras, como si sacáramos raíces con cuidado. Luego las resembramos en placas limpias con medio nuevo, donde pueden seguir creciendo sin agobio. Si este paso se retrasa, el cultivo se estresa, cambia y las células pueden morir.
6. Evitar contaminación (proteger el cultivo)
Ninguna planta está libre del riesgo de plagas. Hay hongos, bacterias, virus… que pueden arruinar semanas de trabajo en una sola noche. En cultivo celular, pasa lo mismo: una contaminación puede alterar o destruir el cultivo por completo.
Para evitarlo, trabajamos en condiciones estériles, dentro de cabinas de flujo laminar, con guantes, mascarillas y utensilios limpios. Al menor síntoma (turbidez, cambios de color, olores extraños) debemos actuar: desechar o intentar rescatar, dependiendo de la importancia del cultivo.
Este paso no es opcional: es como atajar una plaga al menor síntoma. Todo lo demás puede estar perfecto, pero si no protegemos el cultivo, no hay futuro. La prevención aquí lo es todo.
7. Experimentar (la cosecha del conocimiento)
Después de sembrar, cuidar, observar y proteger… llega el momento de recoger frutos. Pero aquí no cosechamos manzanas: cosechamos datos, descubrimientos y respuestas.
Aplicamos tratamientos, estimulamos las células, analizamos su respuesta. Usamos técnicas como PCR, citometría de flujo o inmunofluorescencia para entender qué hacen las células ante ciertos estímulos.
Es como probar si una planta medicinal realmente tiene efecto, o si una técnica mejora el rendimiento del cultivo.
¿Y…para qué sirve todo esto?
Cultivar células nos ayuda a entender cómo funciona el cuerpo tanto uno saludable como uno con alguna enfermedad. Gracias a estas técnicas, se desarrollan medicamentos, se estudian virus , se investiga el cáncer, y se prueban terapias antes de usarlas en pacientes.
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Enlaces de interés:
Cultivo celular – Wikipedia, la enciclopedia libre
A Beginner’s Guide to Cell Culture: Practical Advice for Preventing Needless Problems – PMC